Se hace de noche y es hora de irte a la cama, una ducha con suaves roces sobre tu piel lubricada por el agua y el jabón, la secas sales de ahí apagas las luces y te lanzas a tu cama; la oscuridad una vez más se posa en tu piel y recorre cada espacio apoderándose y dejando ver sólo líneas que adornan esa cama que minutos antes estuvo vacía.
Tu cama te atrapa y tus cobijas te arropan, te hacen suya y se encargan de hacerte sentir el calor que te llena la piel, que te calma, tranquiliza y se roba más de un suspiro cada noche cuando al final del día recuestas tu cabeza sobre tu almohada y ves como tú mente proyecta cada momento del día y te muestra que algunas cosas no estuvieron tan bien pero que muchas fueron buenas y poco a poco ves hacerse tenue la luz que proyecta tus momentos al desnudar tu mente, vez atenuar tus ojos que una vez más desnuda y satisfecha toman un descanso, para comenzar un nuevo día, otro día para explorar ese territorio tan tuyo que no terminas de conocer: tu cuerpo.
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